Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1698
Legislatura: 1901-1902 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 4 de noviembre de 1901
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 51, 1215-1216
Tema: Reforma necesaria en la marina

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Presidente del Consejo de Ministro.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo siento, Sres. Diputados, interrumpir el debate por exigencias del momento; pero no puedo dejar pasar sin correctivo ciertas indicaciones que se han escapado, sin duda involuntariamente, de labios del Sr. Marenco, ni puedo menos de poner los puntos sobre las íes en estas indicaciones verdaderamente peligrosas. El Sr. Marenco ha empezado afirmando que era el hombre más disciplinado de la tierra; que entendía la disciplina como no la entendía nadie, en todos tiempos, en todos sitios, en todas partes, la disciplina más severa, la más extraordinaria, la más dura, y después, ex abundantia cordis, en su discurso, nos ha hecho indicaciones que parecían propias de un indisciplinado. Su señoría ha dicho, y ha dicho bien, que la marina no está indisciplinada; y yo tengo que añadir que la marina, en efecto, no está indisciplinada; que aquí no hay más indisciplinado que S.S.

Señores Diputados, empezó el Sr. Marenco por hacer algunas indicaciones sobre reuniones casuales de generales de la marina, en las cuales se había hablado, naturalmente, de cosas de marina, y ha indicado que con ese motivo se hacía intervenir al almirante, para que se hiciera eco ante los altos poderes del Estado de aquella conversación de los generales. Esto que a S.S. le parecía que no tenía nada de extraordinario, no le pareció una friolera, y con razón, al Sr. Maura, como no le puede parecer a nadie; porque yo, por conducto autorizado, por conducto oficial, sé que no ha habido semejante reunión, que no ha habido semejante acuerdo, que no ha habido el propósito de que nadie se haga eco de esos acuerdos, que no han existido, ante los poderes públicos, y que ante ellos no se han elevado representaciones de ningún género. No ha habido, pues, ni reuniones, ni acuerdos, ni representaciones colectivas, ni nada, absolutamente nada. (Rumores). [1215]

La marina, pues, no está indisciplinada, ni en la marina existe germen ninguno de conjuración. Y no podía suceder otra cosa. ¿Qué motivos tenía la marina para manifestar disgusto de ningún género? ¿Es que por informes equivocados, es que por error, es que por cualquier otra causa el Gobierno había inferido a la marina agravio alguno? Si eso hubiera sucedido, tenga presente el Sr. Marenco, y tengan presente los Sres. Diputados todos, que se por malos informes, si por error, si por cualquier otra causa el Gobierno hubiera inferido agravio alguno a la marina o a cualquier otra Corporación del Estado, el Gobierno sería el primero en confesar su equivocación, que ni el Gobierno ni nadie está obligado a hacer pactos con el error, y el Gobierno sería el primero en dar a esa corporación, como a todas las que se considerasen fundadamente agraviadas, las satisfacciones debidas; pues a nadie más que al Gobierno importa que lo mismo la marina que las demás Corporaciones del Estado que le ayudan en la marcha del gobierno, tengan el prestigio, la autoridad y la fuerza moral que esas Corporaciones han de tener si han de cumplir debidamente su altísima misión.

Pero aquí no hay nada de eso. ¿Qué ha hecho el Gobierno? Presentar, en cumplimiento de su deber, y sobre todo en cumplimiento de sus compromisos, reformas en la marina, reformas que pueden parecer bien a unos, que pueden parecer mal a otros, como sucede con toda obra humana; pero reformas que le Gobierno presenta a la deliberación de las Cortes con un amplio espíritu de concordia; como que se trata, no de asunto de partido, sino de asunto nacional, y en esto no hay Gobierno que no busque el acierto, y el acierto se busca en la discusión, apelando a todos los partidos y admitiendo todas aquellas modificaciones que nos conduzcan al resultado que todos deseamos. Si después de amplísima discusión, las reformas se aprueban. ¡ah!, Sr. Marenco, serán respetadas por todos, pero principalmente, y ante todo, por la marina, porque en el régimen en que vivimos las Cortes deliberan y con el Rey hacen las leyes; los Gobiernos las ejecutan y la fuerza pública obedece, si ha de ser siempre baluarte de la honra y de la integridad de la Patria, y en todo momento y en todo caso la fuerza de la ley. (Muy bien).

Su señoría acaba por establecer un dilema imposible: si se resuelve que no haya marina, está bien: que no la haya; pero si se resuelve que la haya, que sea con aquellos medios que puedan conducirnos al resultado a que todos aspiramos. Pues yo niego el primer extremo del dilema. ¿Quién ha resuelto, ni quién puede resolver que no haya marina en este país? ¿A qué hombre público ha oído S.S. la idea de que pueda vivir este país en lo porvenir sin marina?

Debe haber marina; pero para que la haya como corresponde es necesario sentar bases distintas de las que hasta ahora han servido de norma. Si hasta ahora, S.S. mismo lo ha confesado, la marina no ha servido y no han hecho más que desaciertos, ¿cómo vamos a continuar con el mismo sistema, que sería tanto como continuar los desaciertos? Se trata de que haya marina, y precisamente para que la haya es para lo que importa reformar el sistema que se seguía, y el Gobierno ha presentado a las Cortes un proyecto de ley con ese objeto.

Hay una cuestión en que el Sr. Marenco se ha detenido mucho, la cuestión referente a la intervención. A mí me admira cómo esa cuestión puede molestar a la armada hasta el punto que S.S. dice; porque, Sres. Diputados, ¿qué tiene que ver la escuadra, qué tiene que ver l armada con la intervención y contabilidad de la marina? Esa para otros elementos comprendo que sea una cuestión importante; pero no para el oficial de la armada, para el oficial de la escuadra. ¡Ah!, Sr. Marenco, en qué error está S.S. Quizás por esa confusión que ha existido, por lo visto, hasta ahora, está la marina como está; pero lo cierto que nada tiene que ver la armada ni la escuadra con la cuestión de intervención y contabilidad; porque puede existir un país que tenga una armada formidable, que tenga una escuadra poderosa y hasta temible, y que tenga una mala intervención y una mala contabilidad en la marina; como puede haber país que tenga una escuadra débil, poco respetable y hasta poco temible, y que tenga una buena administración de su marina, en el sentido de que no se gaste una peseta que no esté debidamente gastada.

¿A qué descender a que el oficial de la escuadra, que ha necesitado para llegar al puesto que desempeña demostrar competencia, estudios y práctica de los conocimientos y además valor y prudencia; a qué descender a que un oficial que necesita todo eso, vaya a cambiar la espada por la pluma del oficinista, que sólo necesita para cumplir su misión pasar el día haciendo cuentas y llevando los libros de la contabilidad?

Me admira en verdad que en la escuadra, que en la armada mejor dicho, se dé tanto valor a la intervención; pero, en último caso, ¿qué inconveniente tiene la marina en que la intervención sea la que rige para los demás Departamentos del Estado? De todas maneras, esta es una cuestión a tratar, que está sobre el tapete del Parlamento, actualmente en el Senado, y cuando llegue a este Cuerpo Colegislador puede venir el Sr. Marenco a discutirla. La discutiremos entonces de buena fe, y veremos qué es lo mejor para la marina, ¿Es que es mejor la intervención del Estado en los gastos de la marina? Pues aceptarla, porque eso no implica ofensa ni nada que pueda molestar ni afectar a la marina. ¿Que no es bueno? Pues modificarlo; que aquí estamos para buscar lo mejor.

Yo protesto, pues, contra la últimas palabras del Sr. Marenco. Aquí, todos, absolutamente todos, Cuerpos armados o no, están obligados a respetar y obedecer lo que las Cortes con el Rey hagan; y desgraciados aquellos que de esta línea se extralimiten.

¿Qué significa eso de que los oficiales de la armada puedan no aceptar esta o la otra reforma? La aceptarán si las Cortes con el Rey la decretan, porque esas son las consecuencias del régimen parlamentario. Ya creo haber dicho antes que las Cortes deliberan, y que las Cortes con el Rey hacen las leyes, los Gobiernos las ejecutan y la fuerza pública, los institutos armados, las obedecen, para que puedan ser siempre el escudo de la honra y de la integridad de la Patria, y en todo caso y en todo momento la fuerza de la ley. (Muy bien, muy bien, en la mayoría.)



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